Odio al crecimiento
Director ejecutivo Libertad y Desarrollo
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Luis Larraín
Sabemos que el crecimiento económico ha sido un tema difícil para el gobierno de Michelle Bachelet. Su programa suponía que creceríamos al 5% anual, lo que nos permitiría, reforma tributaria mediante, no sólo financiar la reforma educacional sino además llegar al equilibrio estructural.
Por supuesto nada de eso pasó. La insólita afirmación del entonces ministro de Hacienda y jefe del equipo programático de Bachelet de que una reforma que aumentaba tres puntos porcentuales del PIB la recaudación no iba a impactar en la inversión y el crecimiento, era el talón de Aquiles de este programa.
Pero no fue sólo Alberto Arenas quien incurrió en este increíble error. Otros economistas que participaron en la elaboración del programa de la Nueva Mayoría ignoraron o subestimaron gruesamente el efecto de las reformas sobre el crecimiento económico, si bien hay que reconocer que nunca hicieron una afirmación tan rotunda como Arenas negando cualquier efecto.
Pero el paupérrimo crecimiento de los dos primeros años de Bachelet no amilanó a quienes la asesoraron en su programa y así es como, con excepciones que hay que mencionar como Andrea Repetto, apoyaron también una reforma laboral que fue más allá del programa de gobierno y bailó siempre al son de la presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa, y de la que ha devenido en la ministra más poderosa del Gabinete de Michelle Bachelet: Ximena Rincón.
Así, en lo laboral, Chile después de esta reforma quedaba con la legislación más “progresista” de la OCDE, eliminando todo tipo de reemplazo en la huelga, incluso el reemplazo interno, cosa que sólo una ínfima minoría de países de esta organización ha hecho. Consagraba también el monopolio sindical bajo el eufemismo de “titularidad sindical”, cuestión que finalmente el Tribunal Constitucional rechazó, y establecía cambios en materias como extensión de beneficios que configuraban una reforma verdaderamente radical. Esta radicalidad se confirma con la reacción frente al fallo del Tribunal Constitucional que lleva al gobierno a un veto revancha, que elimina de la legislación algunas materias que antes había favorecido como la adaptabilidad de la jornada laboral. Una verdadera burla para las iniciativas del propio gobierno en materia de productividad.
Se repitió entonces en materia laboral lo que se hizo con la reforma tributaria, donde se transformó a Chile, el tercero más pobre de 43 países de la OCDE en uno de los tres de esta organización que tiene las tasas de impuestos a las empresas más altos.
Siempre me ha sorprendido la capacidad de mis colegas economistas de la Nueva Mayoría para hacerse los lesos respecto a algo que es evidente: la radicalidad de estas reformas obviamente tenía que impactar en la inversión y por lo tanto en el crecimiento económico. Los otrora héroes tecnocráticos de la Concertación, que colaboraron con que Chile creciera al 7,7% anual durante el gobierno de Patricio Aylwin, parecen ahora fatigados.
Desgraciadamente el gobierno de Michelle Bachelet está en riesgo de pasar a una etapa peor en materia de crecimiento. De aquellos a los que parece no importarles el crecimiento y simplemente desdeñan el efecto de cualquier reforma sobre la producción como una cuestión menor y sin importancia, podemos pasar a otro estadio: el del odio al crecimiento.
Es que aunque parezca increíble hay gente que odia el crecimiento. Se trata de activistas que en distintas partes de Chile se dedican a echar abajo cualquier iniciativa productiva. Conocimos uno en la crisis de Chiloé a raíz de la marea roja que simuló ser científico para culpar a la industria salmonera de todo lo ocurrido. Pero no es el único, a lo largo de Chile hay varias organizaciones y personas que hacen de la oposición a cualquier proyecto productivo su razón de existir.
Muchos de ellos están enquistados en la Administración Pública, y desde allí trabajan para anular el trabajo de miles de chilenos que están intentando producir más bienes y servicios en diversos lugares y actividades.
Si Michelle Bachelet no quiere terminar con Chile hecho un desastre, tendrá que desoír en esta parte final de su mandato las voces de quienes odian el crecimiento. Esperamos que el discurso del 21 de mayo transite por ese camino.